¡Que risa! María y yo nunca nos habíamos puesto unos esquís en nuestra vida y para una vez que lo hacemos es en pleno Círculo Polar Ártico; a casi un tiro de piedra de donde se han vivido estas aventuras, al tiempo que se trata de salvar una distancia relativamente corta y tan difícil de recorrer. Nosotros habíamos alcanzado esta pre-circunferencia polar sentados cómodamente en un avión de la compañía Finnair, primero desde Barcelona para dejarnos en Helsinki y dos horas después nos trasladaba hasta Kittila; a 200 km por encima de una línea que en los mapas aparece punteada.
Cuando llegamos eran las nueve de la noche y el termómetro marcaba la friolera de -12º. A las puertas del hotel encontramos una fila de gente que llevaba consigo pequeños bolsos deportivos o simplemente bolsas grandes, que nos hicieron creer, a nosotros inexpertos viajeros, se trataba de nuevos huéspedes esperando registrase en recepción. Si somos sinceros, se nos hizo extraño vernos como los únicos que arrastrábamos verdaderos bultos. Todos estaban tremendamente abrigados, claro como si no se pudiese soportar aquel frío de otra manera. La cola avanzaba lentamente hasta que uno de los porteros se percató de nuestra extraña presencia en esa fila. Salió diligente a buscarnos y nos invitó a entrar. Vanidosamente, por un instante me sentí incómodo, creí disfrutar de algún tipo de privilegio porque aquel viaje era el premio al concurso de una revista ya desaparecida, “
Solo rutas y aventura”. Mientras esperábamos en recepción, liberados del frío por un extraordinario y agradable calor, a que tomasen nota de nuestros datos, observamos a un reducido grupo de cinco o seis personas que formaban parte de la hilera de gente que, cada cierto tiempo, dos elegantes porteros permitían acceder al interior. Se sentaban en una especie de mostrador bajo y de sus bolsos extraían zapatos finos, tanto las mujeres como los hombres. Uno que es sensible a la belleza y al deseo, no puede evitar curiosear con la mirada y sentir cierta envidia de los dos guardarropas que, cortésmente, atendían a las damas y les ayudaban a quitarse enormes plumíferos y abrigos que descubrían femeninos y esbeltos cuerpos nórdicos vestidos de fiesta. Sentadas en el mostrador a modo de banco, las mujeres descalzaban sus botas de nieve y en el calor del habitáculo, las medias negras embellecían sus esculturales piernas y tallados tobillos. Una fiesta en la que se mezclaba el turista y los habitantes de la zona y que, desde esa misma noche, vivimos hasta el último día de nuestra estancia.
Arreglados los trámites, nos dirigimos alumbrados por las farolas hasta el edificio que albergaba nuestro apartamento. La entrada era amplia y enseguida la mirada se nos fue a un solitario bastón de esquí tirado en el suelo, después otro; doblamos la esquina del pasillo y nos encontramos una bota, unas escaleras que nos permitían acceder a la parte superior y un borrachín esquiador que dormía profundamente en una posición de lo más incómoda mientras obstaculizaba nuestro paso. Al acercarnos a él escuchamos su ronca respiración y nos fuimos riendo escaleras arriba mientras buscábamos un número colocado sobre una puerta, con la escena de una juerga que, alguna que otra vez, hemos vivido en nuestras propias carnes.
Cuando amaneció un termómetro ubicado en el exterior de nuestra ventana indicaba -20º. En nuestra vida habíamos estado a una temperatura tan baja y hasta aquel día nunca nos habíamos visto inmersos en un paisaje tan extraordinariamente nevado. En nuestra región hemos sentido, por la dirección de los vientos, ese frío polar, cualquiera ha sentido mucho frío. Pero aquí, pisando estas tierras árticas se percibe e intuye cercano ese frío que soportaron los exploradores y que Pilar Rubio describió un frío como dolor insoportable, como rigidez mortal, como horizonte de blanco eterno. Pasamos la mañana visitando lo que para nosotros suponía una estampa navideña descubriendo un pueblecito semioculto por el manto blanco, de construcciones de madera, armónicas a un país repleto de cuidados bosques. Después de comer, arrastrado por mi instinto montañero, convencí a María para que me acompañase hasta lo alto de una colina. Cruzamos un lago helado, nunca habíamos pisado un lago helado y menos habíamos visto pescar en el hielo. Un enorme finlandés que accedió a que le hiciésemos una fotografía, perforó la gruesa capa con un enorme berbiquí y en contraposición dispuso una diminuta caña a la que dejó nylon suficiente para que el cebo se sumergiese en las frías aguas.
- Igual que aquí – me dije – paciencia y buenas artes…
Al pie de la colina iniciamos el ascenso, bueno, lo intentamos. ¡Raquetas de nieve! ¡Nos harían falta unas raquetas de nieve! En fin, ascenderemos hasta donde podamos, solo quiero ver si desde algún punto hay una buena panorámica. Hundiéndonos hasta la cintura por momentos, lamentábamos no disponer de las dichosas raquetas, pero disfrutábamos de la situación por primerizos. Hubo un punto, no demasiado elevado, sobre el que pudimos obtener una visión sobre el paraje que nos rodeaba. María hablaba de un paisaje bonito, sin más; yo soñaba con cruzar aquella planicie nevada sembrada de bosques y lagos congelados, en mi interior me decía que si fuese un explorador partiría desde aquí mismo hacia el Polo Norte. Sin estrujarnos el cerebro comprendimos enseguida que era necesario hacerse con unos esquís para moverse con cierta libertad por un paisaje níveo. Alquilamos el material, fuimos autodidactas y malamente aprendimos a desenvolvernos. Una, dos, tres y veinte veces nuestros traseros hacían de auténticos frenos ante la sonrisa y mirada indulgente de los expertos esquiadores de fondo finlandeses. El resto de los días María me permitió soñar dejándome a mi antojo por aquella naturaleza. Primero fueron pequeños paseos para terminar realizando pequeñas travesías de no más de treinta km. Por momentos tuve ganas de no mirar hacia atrás y seguir bajo los cielos boreales hasta alcanzar la costa cruzando la Laponia finlandensa. Sabía que donde comenzaba ese mar continuaba el camino hacia la Estrella Polar. Allí donde se inicia la gloria y el sufrimiento de los grandes exploradores polares. Cuando ya tenía el equilibrio y la técnica algo depurada, el viaje finalizaba y yo no fui quien de quedarme o regresar más tarde. Un factor era el económico, otro el laboral y además, como se pondría mi madre. Ella siempre deseó que fuese médico y fuera de eso, hiciese lo que hiciese era el disgusto más grande que le daba en la vida y así uno detrás de otro.
La madre del noruego Roald Amundsen sufría por la inquietud y la curiosidad mostrada por éste desde la infancia, a realizar viajes a lugares exóticos y lejanos. Contrariamente a los deseos de su progenitora de retenerlo a su lado, Roald Amundsen vivió una vida dedicada a la aventura y exploración. Leía afanosamente los relatos de Sir John Franklin, soñando con pasar las mismas privaciones y penalidades que tuvieron que soportar sus hombres, mientras su madre le inculcaba con el afán por retenerlo cerca de ella, que ser médico era una profesión con la muy noble labor de curar a los enfermos. Cuando terminó el bachillerato ya había vivido con entusiasmo la hazaña de Fridtjof Nansen cruzando Groenlandia, y llegaba el momento de elegir carrera. Su madre puso el grito en el cielo cuando Roald le confirmó que sí, estudiaría, pero no siguiendo los deseos de ella, sino la ciencia de la naturaleza. Ante las súplicas y lloros, finalmente consintió matricularse en la Facultad de Medicina acompañándole un pensamiento:
"Esta carrera constituye una importante aportación a todo tipo de exploraciones. Siempre hace falta un médico en los equipos. ¿Por qué no puedo ser yo?"
Hanna Henrikke Gustava Sahlquist, procedía de una familia de clase alta que se había casado con Jens Amundsen que, socialmente opuesto, pertenecía a una familia de marinos que se habían metido a constructores de barcos. Cuando Jens heredó los pequeños astilleros los hizo prosperar hasta ganarse una pequeña fortuna, hecho que le permitió relacionarse con gente de clase superior y llegar a casarse con la hija de un prestamista. Vivieron varios años en China. Del país asiático trajeron incómodos recuerdos y allí nacieron sus tres primeros hijos. Roald, el cuarto, nacía en Noruega el 16 de julio de 1872 cuatro años después que el británico Robert Falcon Scott.
JAMES COOK Y EL ANTÁRTICO
“
No encuentro palabras para describir estas tierras permanentemente cubiertas de hielo. ¿Hay otros mundos más al Sur? No lo creo. Pero sin un día alguien los descubriera, estoy seguro de que no se hallarán habitados ni serán habitables”. La tripulación del
Resolution y el
Adventure contemplan un iceberg, una isla de hielo – describe James Cook, cuando el 17 de enero de 1773, a una latitud de 66º 36` 30``, el hombre cruza por primera vez el
Círculo Antártico. Cook realizó dos viajes más que llevaron por primera vez al hombre a circunnavegar, a altas latitudes, el continente Antártico.
Cuando citamos los extremos de la tierra hablamos de la carrera por su conquista, por los caminos explorados con el intento de unos y otros por alcanzar tan significantes puntos. Hablamos de nombres propios que han dejado momentos gloriosos y trágicos, épicos y heroicos y algunos, deseosos de gloria, terminando como embusteros. Si en el ártico aparecen decenas de historias y un elenco de expedicionarios para su exploración, en su trayecto hacia el extremo boreal tenemos que hablar de una carrera, una verdadera competición en la zona austral. Una competición aleccionadora que demostrará como dos exploradores culminan, de muy distinta manera, un mismo propósito. Un camino hacia el Polo Sur, hacia la exploración antártica que llevará eternamente ligada a la historia de su conquista la vida de otro semejante, de la misma manera que había acontecido con Fridtjof Nansen en el Polo Norte. Hablamos del ya citado Ernest Henry Shackleton.
Robert Falcon Scott nace en Devonport, Plymouth (Inglaterra), el 6 de Junio de 1868, siendo el tercer hijo de John y Hanna Scott. Siguiendo el patrón de todos los exploradores, muestra a temprana edad la inquietud por llevar una vida más emocionante lejos de la cervecería regentada por su padre quien le aconseja, siguiendo la vocación marinera de la familia, ingresar en la
Royal Navy. A los catorce años sigue la sugerencia de su progenitor y se enrola como cadete en el buque escuela
HMS Britannia, comenzando de esta manera su carrera y pasando por diferentes buques y graduaciones hasta que en 1891 supera los exámenes en el
Royal Naval College, lo que supone su ascenso a teniente siendo destinado al
HMS Amphion. Al año siguiente consigue el grado de Primer Teniente a bordo del buque insignia del Canal de la Mancha, el
HMS Majestic, pero su vida como oficial especialista en torpedos no alimenta su ansia por la aventura.
Paradójicamente, la vida de Scott tal vez sea más recordada por su muerte, porque tratándose de uno de los mejores diaristas, ha llegado a describir el camino que le llevó a ella hasta su último aliento.
Tal y como hemos leído, Amundsen soñaba con pasar las mismas privaciones y sufrimientos transmitidos en los relatos de Sir John Franklin. Scott ansiaba una vida emocionante lejos de una vida tópica. Apsley Cherry-Garrard, miembro de la tripulación del
Terranova en la Expedición de Scott al Polo Sur, ha dicho que “
la exploración polar es sin duda, la forma más genuina y más aislada de pasarlo mal”.
Scott, sin experiencia como expedicionario, participa al mando de una exploración a la Antártida en 1902, hecho que lo convierte en el referente británico como líder polar hasta que en 1908, otro miembro de aquella expedición, Ernest Shackleton pase a ocupar tan privilegiada distinción después de dirigir su propia expedición Antártica Británica, la denominada Nimrod por el nombre del barco utilizado. Shackleton era un romántico que prefirió no estudiar. Deseoso de grandes vivencias, entre ellas numerosas infidelidades, aprovecha los conocimientos adquiridos y el terreno ya descubierto por Scott para conseguir aproximarse, con un equipo de cuatro hombres y el empleo de cuatro ponis, a tan solo 156 km del Polo Sur, forzado al regreso por la falta de provisiones pero con la hazaña de conquistar el Polo Sur Magnético y llevando a cabo la primera ascensión al monte Erebus.
Ante tal circunstancia, en marzo de 1909, Scott comenta que le corresponde realizar el siguiente intento después de leer en un cartel la hazaña de Shackleton. A Scott le podía la envidia al ver como un oficial de la Marina mercante y miembro de su expedición en el Discovery había superado los records establecidos en aquel viaje. Lo que desconocía Scott es que, un mes después de que se anunciara la conquista del Polo Norte, aparecería un rival secreto cuyo mayor deseo se venía abajo con la noticia de Robert Peary pero que, ante tal acontecimiento, enseguida se dispuso a luchar por otro.
Se dice que las exploraciones se realizaron para expandir el conocimiento del mundo y en la búsqueda de nuevas riquezas, aquellos exploradores viajaron arrastrados por su pasión y la gloria. Hoy en día esos lugares ya descubiertos nos llevan a diferentes contextos: a la búsqueda de las antiguas pasiones, a buscar las nuestras propias o simplemente a un terreno de aventura donde realizar una actividad deportiva. Cuando a esa pasión llega la fatiga y una mala planificación y elección, puede llevarte a tus últimos momentos y ser consciente de ello, como le sucedió a Robert Falcon Scott dejando la más célebre última nota de un diario en uno de los lugares más desolados de la tierra:
Martes, 29 de marzo.- Desde el día 21 hemos sufrido una galerna continua del oeste-suroeste y del suroeste. El día 20 disponíamos de combustible para prepararnos dos tazas de té por persona, y de comida para dos jornadas. Cada día nos mostrábamos dispuestos a salir en busca del almacén, pero el exterior de la tienda es una escena continua de nieve arremolinada por el viento. No creo que podamos esperar una mejoría. Resistiremos hasta el final, pero cada vez nos sentimos más débiles, por supuesto, y el final no puede estar lejos.
Parece una lástima, pero no creo que pueda escribir más.
R. Scott.
Por Dios, cuiden de nuestra gente.
MOMENTOS "PÍNDICOS"
Mis ojos se han abierto por completo, un bostezo y uno ya se siente despierto, casi espabilado. Fue un tópico decir que no había pegado ojo en la primera conversación que entablamos de la mañana, explicar que me he pasado gran parte de la noche fuera observando sus fantasmas, sus sombras y sus luces; sintiendo casi el mismo calor que habíamos soportado la tarde anterior y que cuando volví a entrar en la tienda no faltaba mucho para que amaneciese. Desayunamos a base de bizcochos y un par de piezas de fruta. Los arneses volvieron a adaptarse a nuestra cintura y los hierros volvieron a tintinear en nuestro corto pero incómodo camino hacia la pared.
Mientras retomábamos los primeros metros de escalada me llevaba a los que estaban a punto de entrar en este largo y extraño sueño, veía ese Finisterre y a lo lejos, navegando en las atlánticas aguas, me parecía distinguir un barco, el Fram, cuando Roald Amundsen qué, abandonando su sueño en el Polo Norte ya conquistado, daba la orden de dirigir su nave hacia la Antartida, algo que sus propios conciudadanos y su tripulación desconocían. Era el mes de agosto cuando sucedía este hecho transcendental, así que la coincidencia del mes con el lugar donde estoy y la imaginación de ver al Fram navegando en frente a esta costa, aunque fuese a muchas millas de distancia, resultó agradable. Ni el mismo Scott sabía de estos planes cuando ya había salido de Inglaterra en la creencia de dirigirse hacia el Polo Sur sin ningún rival a excepción de la climatología.
TELEGRAMA DE AMUNDSEN
"Le informo de que el Fram se dirige hacia la Antartida. Amundsen" – comunicó.
Ahí se iniciaba la carrera, con distintas planificaciones y distintas moralidades, una cautivadora y trágica carrera que sigue despertando gran interés. Para Amundsen solo tenía cabida el llegar primero, sobre todo después de haber perdido su sueño, por lo que su estrategia iba enfocada a la única ambición de conquistar el Polo Sur. Una conquista qué, lógica y obligatoriamente, sí llevaba ligada la exploración de un trayecto por el que jamás nadie había caminado pero sobre el que no se detendría a tomar demasiados datos geográficos ni realizar ningún tipo de experimentos. Todo lo contrario a lo que había realizado en la expedición que zarpó en 1903 del fiordo de Oslo, en la búsqueda del ya conocido Paso del Noroeste pero que nadie había logrado recorrerlo en toda su longitud. Amundsen lo consiguió a bordo de un robusto barco, el Gjoa y sus seis tripulantes. En su periplo recogieron material etnográfico de los pueblos esquimales que habitaban las zonas por donde pasaron y sobre todo abundantes datos científicos donde los más importantes fueron los referentes al magnetismo de la tierra y a la localización exacta del Polo Norte Magnético.
El 19 de octubre de 1911 Roal Amundsen abandonaba su campo base en la Bahía de las Ballenas, 96 km más cerca del Polo Sur del que había establecido Scott en McMurdo Sound. Desde allí partió con cuatro expertos esquiadores, cuatro trineos y 58 perros, cuya utilización, tanto para el tiro como alimento, sería fundamental para culminar con éxito su objetivo. Para Scott, estaría en el esfuerzo humano la grandeza de una hazaña, mostrándose reacio al sufrimiento de los animales además de no confiar en ellos como principales medios de carga.
“En mi opinión, ningún viaje realizado con perros puede alcanzar el valor de otro, obra de hombres exclusivamente, venciendo por sí solos todas las dificultades inherentes a su empresa, a lo largo de días y semanas de penosos esfuerzos. En este caso el triunfo se alcanza de una manera más digna y elevada.”…
Scott no pensaba en una carrera, en varias ocasiones hace hincapié en que la expedición es científica y el hecho de que recopile muchos datos geográficos y físicos así lo atestiguan. Amundsen señaló con diplomacia en su obra The South Pole, publicada a finales de 1912, la diferencia entre las dos expediciones:
“La expedición británica fue planificada por completo de cara a la investigación científica. El polo constituía sólo un tema secundario, mientras que en mi amplio plan era el objetivo principal”.
EL POLO SUR
Roald Amundsen alcanzó el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911, pidió a sus compañeros que agarrasen el asta de la bandera noruega y que entre todos la clavasen sobre el eje inferior de la tierra.
“Bandera querida, emblema de la patria venerada, nosotros te plantamos en el Polo Sur de la tierra y a esta región que nos rodea la llamamos Plataforma del Rey Haakon VII, en honor de nuestro respetado soberano”.
Amundsen necesitaba tener la certeza de estar pisando el mismo Polo Sur para lo que en las veintisiete horas siguientes realizó varias mediciones que lo confirmasen, aun así receloso, el equipo pisoteó la nieve en un radio de ocho kilómetros puesto que los geógrafos entendían que quien se aproximase en un radio de diez kilómetros había alcanzado el Polo exacto.
Sobre el mismo Polo estableció su campamento. Allí dejó una tienda y una nota que Scott leería veintiún días más tarde.
“Querido Capitán Scott:
Como usted es probablemente el primero en alcanzar esta área después de nosotros, le pediría amablemente expedir esta carta al Rey Haakon VII. Si usted quiere usar cualquiera de los artículos abandonados en la tienda, no deje de hacerlo. El trineo dejado fuera puede ser empleado por usted.
Con cordiales saludos, le deseo una vuelta segura. Roal Amundsen.”
Henry Bowers percibió ese trineo el 10 de enero ya muy próximos al Polo y cuando llegaron a él vieron las huellas de los perros. Scott comprobó que los noruegos se les habían adelantado.
…”Todos los sueños se han esfumado, será un triste regreso”. Del Polo Sur escribió: “Un lugar terrible”.
Además de esa aflicción al no haber llegado los primeros, la vuelta segura que Amundsen les deseó fue todo un infierno. Edgar Evans fue el primero en caer, era un hombre fuerte, musculoso pero que arrastraba heridas y sufría congelaciones y con la aparición del escorbuto su deterioro se agudizó hasta la muerte. Para Scott, Evans no servía para soportar el asedio mental al que te somete el polo además de una antipatía hacía él, tachándolo de incordio, estúpido y muy torpe tal y como reflejó en su diario original. La antítesis la encontró Scott con Titus Oates en la valentía de su acción evitando ser una carga para sus compañeros y así lo relató:
"16 de marzo, viernes o sábado 17. No sabemos la fecha, pero creo que la última es la correcta. Tragedia en las filas. A la hora del almuerzo, anteayer, Titus Oates dijo que no podía continuar, propuso que le dejáramos en su saco de dormir. Pero no podíamos hacerle eso, así que le insistimos para que continuara por la tarde. Pese a resultarle duro, lo intentó y recorrimos varios kilómetros. Tiene un alma valiente. Durmió toda la noche con la esperanza de no despertar, pero, por la mañana, despertó. Quizá algún día encuentren estos papeles y quiero anotar lo ocurrido. Los últimos pensamientos de Oates fueron para su madre, aunque inmediatamente antes se enorgulleció al pensar que su regimiento se complacería al saber la forma honorable en la que había encontrado la muerte. Podemos testificar su valentía. Ha sufrido durante varias semanas un intenso dolor sin queja alguna, e incluso, hasta el final, fue capaz y tuvo la fortaleza de conversar sobre otros temas. Tenía un espíritu valiente. Éste fue el final. Se durmió esperando no despertar, pero por la mañana – ayer –, se despertó. Soplaba una fuerte ventisca. Entonces Oates dijo: “Voy a salir fuera y puede que me demore algo en volver”. Sabíamos que Oates se encaminaba hacia la muerte, pero, aunque tratamos de disuadirle, sabíamos que era la acción de un hombre valiente y de un caballero inglés.”
Antes de morir Robert Scott escribió varias cartas, además de su última anotación, entre otras, la dirigida a la que sería la viuda de Wilson (Edward Adrian Wilson), apodado Uncle Bill, hacia quien tenía un sentimiento profundo de amistad. Cuando sus cuerpos fueron encontrados ocho meses más tarde, Scott tenía el brazo echado sobre Wilson, un gesto que refleja este sentimiento. De él dejó palabras de admiración:
“Querida Sra. Wilson. Si le llega esta carta querrá decir que Bill y yo hemos muerto. En realidad no falta demasiado para que eso ocurra y me gustaría que supiera lo espléndido que ha sido su esposo hasta el final: animoso y dispuesto a sacrificarse por los demás; nunca me ha dirigido una palabra de queja por haberles conducido a esta grave situación. Afortunadamente, sólo está sufriendo pequeñas molestias. Sus ojos tienen una amable mirada azul de esperanza y su mente está tranquila, con la satisfacción que le proporciona su fe y que le hace sentirse parte del gran proyecto del Todopoderoso. Sólo puedo reconfortarla diciéndole que su esposo murió como vivió, como un hombre valiente y verdadero, el mejor de los compañeros y el amigo más entrañable. Le acompaño en el sentimiento.
Atentamente, R. Scott”.
Conocida la tragedia, nacerá en los británicos el sentimiento de que sus hijos de la Patria son los verdaderos héroes del Polo y Scott el actor principal. Mientras, Roald Amundsen en un gesto de respeto, deferencia y humildad, hace su primera y única declaración firmada sobre la catástrofe:
"El capitán Scott dejó un testimonio de honestidad, de sinceridad, de valentía, de todo lo que hace a un hombre tal. ¡Y para mí eso es más importante incluso que haber descubierto el Polo!"
Aparecieron muchas opiniones encontradas, debatiéndose por el valor de unos hombres que hicieron de la tragedia un triunfo, una ovación hacia aquellos exploradores que demostraron que los ingleses pueden soportar las penurias, ayudarse unos a otros y encontrarse con la muerte con una fortaleza mayor que nunca en el pasado. O aquellos, los que viéndose más objetivos, hablaron de un grupo que llevó a cabo una muy desacertada planificación. Gordon Hayes, destacó dos causas principales: deficiencias en la dieta con falta de vitaminas y confiar en los hombres en vez de los perros. De estos animales también se habló mucho, los que criticaban su cruel utilización y los que defendían que fueron una pieza clave para el éxito de esta empresa difícil. Amundsen, jefe del grupo que descubrió el Polo Sur, tuvo que soportar humillaciones como la sucedida en la cena que el presidente de la Royal Geographical Society, lord Curzon, ofreció en su honor, finalizando su discurso proponiendo tres hurras por los perros en un claro intento de mostrarlos como los protagonistas principales de la hazaña y de la crueldad con la que fueron utilizados. Sin embargo, Amundsen tenía un sentimiento hacia los animales que dejó escrito en su diario:
“Después de haber prestado tantos servicios, es penosísimo degollar a una bestia que se une al hombre como a su dueño, porque los sufrimientos del largo viaje le hayan debilitado, y es más duro todavía matar a una animal al que nada condena a muerte. El egoísmo del gesto que nos permite vivir produce en nosotros remordimiento; sin embargo, hay necesidad de hacerlo, y la cuchillada que apaga bruscamente la vida de estos animales impone a los hombres un “réquiem” para estos compañeros de fatigas y lucha. Más duro todavía es el hecho de alimentarse de la carne de estas pobres bestias y preparar, para luchar contra el frío, un caldo con la sangre de un perro…”
Amundsen navegó de nuevo hacia el norte para atravesar el Paso del Noroeste. En 1924 vivía arruinado con la sensación que de que ya nada importante le esperaba y que su carrera como explorador había desaparecido por completo sin la gloria que esperaba. “Ni siquiera los meritos parecían avalarme”. Lincoln Ellesworth, un millonario estadounidense, le propuso volar sobre el Polo Norte en dos hidroaviones Dornier. Amundsen se había interesado por la aviación y había sido el primer civil noruego que recibía un certificado de vuelo. Casi lo consiguen. Un fallo en los motores en uno de los aviones los obliga a aterrizar en el hielo a una latitud de 88ºN. Estaban a tan solo 150 km del Polo, pasando allí veinticuatro días de trabajo continuo hasta que consiguieron habilitar una pista de despegue para el avión que les quedaba. Saboreando de nuevo los límites de la muerte con este incidente persiste en su empeño. En 1926 se elevan de nuevo sobre los cielos a bordo de un dirigible, el Norge, capitaneado por el italiano Umberto Nobile, consiguiendo su objetivo de llegar y aterrizar sobre el Polo Norte, convirtiéndose de manera indiscutible y sin polémicas en pisar el eje superior de la tierra, extendiendo su periplo para ser los primeros en cruzar el casquete ártico.
Después de esta expedición, Nobile y Amundsen tuvieron sus diferencias respecto al honor de la aventura vivida. El italiano regresó de nuevo a bordo de otro dirigible, el Italia, para perderse a su regreso. Amundsen formó parte del equipo de rescate, encontrando su muerte en el Mar de Barents, desapareciendo para siempre entre una línea punteada y la que marca el Océano Glacial Ártico. En las latitudes que siempre habían sido su sueño opuestas geográficamente a una conquista que le daría la inmortalidad.