miércoles, 26 de enero de 2011

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El fracaso no es una opción











Fumar en pipa predispone a juzgar con calma y objetividad los actos humanos”. Mi afición por fumar en pipa aparece después de haber leído un libro de Carolina Alexander, “Atrapados en el hielo” y esta frase tan significativa, pronunciada por un genio de pelo blanco y bigote, sentenció definitivamente en mí este ocasional placer.
Fue algo curioso, mi amigo Javier, compañero en mi anterior trabajo, me habló de ese libro, de su lectura y que le había encantado.
-Tienes que leerlo, es que tiene que gustarte – y lo decía con conocimiento de causa por mis inquietudes hacia la aventura. Me hablaba de unos exploradores que en su intento por ser los primeros en cruzar el continente antártico, habían quedado atrapados con su barco en un mar congelado sin tan siquiera poder iniciar la travesía.





No prestaba mucha atención a aquella historia. Mis sueños de pájaro libre anidaban únicamente en unas montañas que acababa de descubrir en mis contados días libres y en mi espíritu aventurero solo tenía cabida el recorrido vertical. Aquel mar congelado era el Mar de Weddell y el jefe de aquella expedición Ernest Shackleton. El barco, el Endurance, Resistir.
Me regaló el libro y vaya si lo leí. Me quedé tan atrapado como todos los que aparecían en esa historia de supervivencia que comenzó el 8 de agosto de 1914 cuando el Endurance partió de Inglaterra. Sin duda la misma sensación de todos aquellos que pasaron por sus páginas. Las fotografías de Frank Hurley contribuyeron a vivir con cierta intensidad desmesurada el relato de esa expedición.


"Se buscan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío agudo, largos meses en la más completa oscuridad, peligro constante y pocas posibilidades de regresar con vida. Honores y reconocimiento en caso de éxito."


No sé si les interesará saber que me compré una pipa recta y después dos curvas y que el tabaco con el que cargo la pipa es de aroma a cereza.
Shackleton no apareció en ese sueño, está omnipresente en mí. Le llamaban “El Jefe”.
A punto de finalizar la primera década del siglo XXI, se cumplirán los cien años del Endurance y la odisea de su tripulación. El empeño de El Jefe para que todos regresasen sanos y salvos. ¿Acaso la exploración moderna no ha vivido ya algo similar? ¿La lucha y el ingenio por traer de vuelta a casa una tripulación? La formada por James Lowell, Jack Swigert y Fred Haise cuyo destino era las Llanuras de Fra Mauro en la Luna.


Centro Espacial Kennedy, Florida, sábado 11 de abril de 1.970. Las toberas del imponente Saturno V se encienden pasado el mediodía. Eran las 13 horas y 13 minutos y el Apollo XIII despega desde la rampa de lanzamiento 39A rumbo a la Luna. Entraría en la órbita lunar el 13 de abril pero no sucedió de la manera deseada. El primer contratiempo surge en la tobera de la segunda fase del Saturno V, apagándose antes de lo previsto y que se compensa activando los motores de la tercera fase manteniéndolos encendidos unos segundos más. El lunes 13 de abril el piloto Jack Swigert pronuncia una frase – Houston tenemos un problema – cuando las alarmas del módulo de mando Odyssey comienzan a saltar una tras otra después de un estallido. Al exterior, la nave expulsaba un gas que resultó ser oxígeno pero que, pensando ya en traer a los astronautas de vuelta sin pisar la luna, no se trataría de lo más grave pues se contaría con el del módulo lunar Aquarius, el previsto para utilizar en los paseos lunares y el oxígeno de las botellas de emergencia para el amerizaje.

El principal problema estaba en la energía, mantener su funcionamiento con la mínima energía y recuperarla después de haber estado desactivada a bajas temperaturas. A este grave problema se le fueron añadiendo otros como el agua, no solo por la deshidratación, si no para la refrigeración de los mecanismos. El módulo lunar estaba diseñado para mantener a dos personas durante dos días y ahora tendría que servir para traer de vuelta con vida a tres personas y ser utilizada cuatro días. La eliminación de dióxido de carbono generado por la respiración también se convirtió en un quebradero de cabeza que los ingenieros solucionaron desde Houston adaptando con cartones, plásticos y cinta adhesiva los recipientes de forma cuadrada del Odyssey que contenían hidróxido de litio, un material químico que elimina el CO2, a los del módulo lunar Aquarius que eran redondos. Uno de los momentos cruciales sucedió durante el encendido de los motores, cuando la luna se interponía entre la tierra y la nave, impidiendo las comunicaciones y que este encendido se hacía necesario para aumentar su velocidad y consiguiese salir de la órbita lunar, al tiempo de dirigir la nave en la trayectoria correcta a la tierra con el riesgo de no regresar jamás.


-El fracaso no es una opción, traeremos a esos hombres sanos y salvos – comunicó Gene Kranz director de vuelo a su equipo en Houston.

También estaba Ken Mattingly, incluido en el equipo principal, pero que en los últimos momentos, por recomendaciones del doctor de la misión, fue sustituido por Jack Swigert ante la posibilidad de contraer el sarampión durante el viaje espacial, circunstancia que podría poner en serio peligro a sus compañeros. Al contrario de Lowell y Haise que ya la habían pasado, Mattingly no había desarrollado los anticuerpos después de una infección en uno de los seis astronautas que se habían entrenado juntos en los tres meses previos al lanzamiento. Así pues, Mattingly, utilizando los simuladores, se dispuso en la misma situación que sus compañeros, realizando ensayos una y otra vez hasta encontrar la manera de obtener energía adicional para el momento de reingreso. El interior de la nave estaba cubierto de gotas de agua a causa de la condensación, produciendo en los astronautas una sensación de lluvia dentro del módulo de mando, por lo que existía un riesgo de cortocircuito en el instante de re-energizar la nave.

Cuando faltaban cuatro horas para el amerizaje, abandonaron lo que constituyó su bote salvavidas, el módulo lunar Aquarius, para instalarse en la cápsula de reentrada; se desacoplaron del módulo de mando y permaneciendo todavía unidos al módulo lunar, los astronautas pudieron comprobar y fotografiar los daños producidos en el Odyssey. Ahora, los temores se centraban sobre el escudo de protección térmica pero ya no quedaba otra opción que asumir ese riesgo.
Finalmente, el 17 de abril de 1970, amerizaba en el Océano Pacífico la cápsula con los tripulantes del Apollo XIII. Se había conseguido un gran éxito en la carrera espacial, el fracaso no era una opción.


Ernest Shackleton se olvidó de su sueño de ser los primeros en cruzar el continente antártico, en su mente solo tenía cabida una idea: Devolver con vida a sus hombres. Escapar de una placa de hielo que los alejaba del lugar donde habían programado desembarcar para iniciar la travesía a pie y que estaba a tan solo un día de navegación. Los hielos apretaron el Endurance hasta estrujarlo y hundirlo en las profundidades australes. Los astronautas del Apollo XIII tardaron cuatro días en regresar a casa, la tripulación del Endurance dos años y sobreviviendo a las más duras condiciones. Se hicieron a la mar en los pequeños botes que recuperaron del barco junto con otros útiles, arrastrándolos con ellos hasta que el hielo del Mar de Weddell se había convertido en una trampa mortal. Alcanzaron tierra firme en la Isla Elefante, un lugar desolado y tremendamente alejado de cualquier punto civilizado. Dos hombres, Marston y Greenstreet propusieron utilizar tres de los cuatro botes a modo de cabaña colocándolos al revés y elevándolos sobre unos muros de piedra, para lo que también aprovecharon la tela de las tiendas como cortavientos. En este refugio vivieron veintidós hombres durante cuatro meses cuando Shackleton, consciente de que no podrían quedarse allí esperando a que alguien los rescatase, seleccionó un grupo y prepararon la barca que les quedaba para iniciar días más tarde una larga, sacrificada y arriesgada navegación. El James Caird, era el bote salvavidas, el bote de la incertidumbre que despidieron con tres entusiasmados hurras desde la isla Elefante. Shackleton escogió a cinco hombres por sus habilidades: Frank Worsley piloto y navegante; Timothy McCarthy y George Vincent por sus dotes como navegantes; tratándose de barcos de madera Harry McNeish era la mejor opción por su experiencia y destreza como carpintero; y si alguno de aquellos hombres era física y mentalmente fuerte no había otro como Tom Crean.
Su destino era la isla Georgia del Sur.


Si en el modulo lunar Aquarius, dentro de los avances tecnológicos del momento, la memoria del ordenador era de 74 kilobytes, muy inferior a la de un teléfono móvil actual; un sextante, un cronómetro, cartas de navegación y su experiencia como marinos era la tecnología que llevaba el James Caird para alcanzar no solo su salvación, sino la de sus compañeros que aguardaban con recelo en la isla Elefante. Su equipamiento lo completaban velas, cerillas, un infiernillo, sedal, un achicador, una bomba de sentina, unos prismáticos y víveres para un mes. Tanto los tripulantes del Apollo XIII como los del James Caird debieron aplicarse cuando tuvieron que enfilar sus naves hacia el destino correcto, los astronautas durante un breve pero crucial instante, los marinos todos los días de navegación.

Lograron su objetivo llegando al que había sido su punto de partida pero por el lugar equivocado. Veinte meses después del inicio de la Gran Guerra, Shackleton y sus cinco hombres vivían un extenuado final, obligados a realizar la travesía por las montañas de la isla de San Pedro sin librarse de situaciones límite, sobreviviendo a las condiciones más duras impuestas por el Antártico. Con un aspecto dantesco se presentó ante el capitán Sorlle, llevados por el capataz de la estación ballenera de Stromness.
- ¿No me conoce? – pregunta.
- Conozco su voz – respondió el capitán Sorlle, equivocándose de personaje.
- Me llamo Shackleton.
En ese período de tiempo atrás, justo cuando todo estaba a punto para partir hacia la Antártida y con el interés demostrado de la prensa británica por la expedición, la noticia pasó a un segundo plano cuando el 1 de Agosto de 1914 Alemania declaraba la guerra a Rusia y a las primeras de cambio estallaría en Europa. Después de consultar con la tripulación y casi al mismo tiempo y de la misma manera que Mallory se ofrecía patrióticamente a servir a su país, Shackleton dispuso su embarcación, el Endurance, y su grupo a la necesidad del gobierno – “entre nosotros había bastantes hombres entrenados y con experiencia para tripular un destructor”. La esperada respuesta fue simple y sorprendentemente contraria a lo que sin duda aguardaba – “Procedan”. Volviendo a Stromness, confuso, una de sus primeras preguntas a Sorlle refleja perfectamente la lentitud del paso del tiempo cuando la vida se vuelve adversa:
- ¿Cuándo finalizó la guerra
?, Shackleton no podía imaginar la larga duración del conflicto y su monstruosidad como dijo Mallory. Escribio más tarde en su libro South – “acaso el lector no se percate de cuán difícil nos resulta imaginar casi dos años de la guerra más impresionante de la historia. Los ejércitos luchando en las trincheras… el uso de gas venenoso y fuego líquido, el centenar de incidentes de la guerra… No había hombres civilizados que pudiesen haber ignorado tan a fondo los acontecimientos que estremecían al mundo como lo ignorábamos nosotros al llegar a la estación ballenera de Stromness”.
- La guerra no ha acabado. Hay millones de muertos. Europa está loca. El mundo está loco – fue la respuesta de Sorlle. Tristemente más tarde o más temprano, una y otra vez, utilizaremos la última frase.

En la mañana del 30 de agosto de 1916 en la isla Elefante, Frank Wild, el segundo y leal jefe de Shackleton, señala entusiasmado que hay un barco. Hurley se apresura a hacer un fuego con parafina, grasa de foca y hierba. Un barco negro y muy pequeño, un remolcador de vapor. Todos salen expectantes. Desde la cubierta del Yelcho, Shackleton observa con sus binoculares y cuenta veintidós figuras. No ha perdido a ninguno de sus hombres. En el sur del mundo el fracaso tampoco era una opción.

La piedra del Pindo se enrojece cuando el sol se va, cuando sus rayos se despiden cada tarde despejada para hundirse en el océano. Nos largamos de la cima, descendiendo por cada largo ya abierto de la vía Dile al sol y después destrepando, saltando de piedra en piedra y caminando entre afilados tojos. Cuando llegamos abajo, volví la mirada hacia arriba porque me vinieron al recuerdo en toda esta ensoñación, unas palabras que J.E. Hodder Williams escribió en Like English Gentelmen diciendo que los ingleses las habían pasado moradas por apoderarse de una tierra desconocida y plantar su bandera en el lugar más alto. Ese era el Everest. Tendría que hablarles de ello, pero ¿saben donde se interrumpe un sueño? Sí, desde luego, en lo mejor. En un punto intermedio entre el espacio y la tierra.
Apoderarse de una tierra desconocida y plantar la bandera en el lugar más alto… Y eso era algo de lo que los ingleses carecían. Habían participado en grandes empresas pero ninguna de ellas les llevó a la conquista de los extremos de la tierra y, con los polos ya descubiertos, solo les quedaba uno.

Tendría que hablarles de George Leigh Mallory y de Andrew Irvine, de Sir Edmund Hillary y Tenzing Norgay. De un joven inglés con mirada apasionada que escalaba hasta el tejado de la iglesia de su padre. De un neozelandés grande y bonachón que era apicultor y se trajo la cima de la montaña más alta de la tierra para los ingleses. De los segundos de cordada: un joven ingeniero y un servicial y experimentado sherpa.
El primer libro de montaña que leí en mi vida fue el de un médico catalán, Josep A. Pujante: No vi Dioses en la cima del Everest. Me llamó mucho la atención su comienzo:
"Podría ser denominado “Finisterre”, pero se le conoce con el prosaico nombre de “cima del Everest”. Ese lugar donde acaba el planeta, que marca los confines del globo, no está en Galicia, bañado por el mar, sino en el Himalaya, entre el Nepal y Tibet, azotado por los vientos huracanados que ningún obstáculo de semejante altura puede detener".





La Costa da Morte está repleta de vida. Dice Pujante que el Everest está azotado por los vientos huracanados, desde luego, no lo pongo en duda; pero como dice Arturo, mi compañero, cuando el hombre del tiempo anuncia la entrada de los temporales, aquí ya nos los hemos comido.

domingo, 9 de enero de 2011

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Una línea punteada







¡Que risa! María y yo nunca nos habíamos puesto unos esquís en nuestra vida y para una vez que lo hacemos es en pleno Círculo Polar Ártico; a casi un tiro de piedra de donde se han vivido estas aventuras, al tiempo que se trata de salvar una distancia relativamente corta y tan difícil de recorrer. Nosotros habíamos alcanzado esta pre-circunferencia polar sentados cómodamente en un avión de la compañía Finnair, primero desde Barcelona para dejarnos en Helsinki y dos horas después nos trasladaba hasta Kittila; a 200 km por encima de una línea que en los mapas aparece punteada.
Cuando llegamos eran las nueve de la noche y el termómetro marcaba la friolera de -12º. A las puertas del hotel encontramos una fila de gente que llevaba consigo pequeños bolsos deportivos o simplemente bolsas grandes, que nos hicieron creer, a nosotros inexpertos viajeros, se trataba de nuevos huéspedes esperando registrase en recepción. Si somos sinceros, se nos hizo extraño vernos como los únicos que arrastrábamos verdaderos bultos. Todos estaban tremendamente abrigados, claro como si no se pudiese soportar aquel frío de otra manera. La cola avanzaba lentamente hasta que uno de los porteros se percató de nuestra extraña presencia en esa fila. Salió diligente a buscarnos y nos invitó a entrar. Vanidosamente, por un instante me sentí incómodo, creí disfrutar de algún tipo de privilegio porque aquel viaje era el premio al concurso de una revista ya desaparecida, “Solo rutas y aventura”. Mientras esperábamos en recepción, liberados del frío por un extraordinario y agradable calor, a que tomasen nota de nuestros datos, observamos a un reducido grupo de cinco o seis personas que formaban parte de la hilera de gente que, cada cierto tiempo, dos elegantes porteros permitían acceder al interior. Se sentaban en una especie de mostrador bajo y de sus bolsos extraían zapatos finos, tanto las mujeres como los hombres. Uno que es sensible a la belleza y al deseo, no puede evitar curiosear con la mirada y sentir cierta envidia de los dos guardarropas que, cortésmente, atendían a las damas y les ayudaban a quitarse enormes plumíferos y abrigos que descubrían femeninos y esbeltos cuerpos nórdicos vestidos de fiesta. Sentadas en el mostrador a modo de banco, las mujeres descalzaban sus botas de nieve y en el calor del habitáculo, las medias negras embellecían sus esculturales piernas y tallados tobillos. Una fiesta en la que se mezclaba el turista y los habitantes de la zona y que, desde esa misma noche, vivimos hasta el último día de nuestra estancia.
Arreglados los trámites, nos dirigimos alumbrados por las farolas hasta el edificio que albergaba nuestro apartamento. La entrada era amplia y enseguida la mirada se nos fue a un solitario bastón de esquí tirado en el suelo, después otro; doblamos la esquina del pasillo y nos encontramos una bota, unas escaleras que nos permitían acceder a la parte superior y un borrachín esquiador que dormía profundamente en una posición de lo más incómoda mientras obstaculizaba nuestro paso. Al acercarnos a él escuchamos su ronca respiración y nos fuimos riendo escaleras arriba mientras buscábamos un número colocado sobre una puerta, con la escena de una juerga que, alguna que otra vez, hemos vivido en nuestras propias carnes.
Cuando amaneció un termómetro ubicado en el exterior de nuestra ventana indicaba -20º. En nuestra vida habíamos estado a una temperatura tan baja y hasta aquel día nunca nos habíamos visto inmersos en un paisaje tan extraordinariamente nevado. En nuestra región hemos sentido, por la dirección de los vientos, ese frío polar, cualquiera ha sentido mucho frío. Pero aquí, pisando estas tierras árticas se percibe e intuye cercano ese frío que soportaron los exploradores y que Pilar Rubio describió un frío como dolor insoportable, como rigidez mortal, como horizonte de blanco eterno. Pasamos la mañana visitando lo que para nosotros suponía una estampa navideña descubriendo un pueblecito semioculto por el manto blanco, de construcciones de madera, armónicas a un país repleto de cuidados bosques. Después de comer, arrastrado por mi instinto montañero, convencí a María para que me acompañase hasta lo alto de una colina. Cruzamos un lago helado, nunca habíamos pisado un lago helado y menos habíamos visto pescar en el hielo. Un enorme finlandés que accedió a que le hiciésemos una fotografía, perforó la gruesa capa con un enorme berbiquí y en contraposición dispuso una diminuta caña a la que dejó nylon suficiente para que el cebo se sumergiese en las frías aguas.
- Igual que aquí – me dije – paciencia y buenas artes…
Al pie de la colina iniciamos el ascenso, bueno, lo intentamos. ¡Raquetas de nieve! ¡Nos harían falta unas raquetas de nieve! En fin, ascenderemos hasta donde podamos, solo quiero ver si desde algún punto hay una buena panorámica. Hundiéndonos hasta la cintura por momentos, lamentábamos no disponer de las dichosas raquetas, pero disfrutábamos de la situación por primerizos. Hubo un punto, no demasiado elevado, sobre el que pudimos obtener una visión sobre el paraje que nos rodeaba. María hablaba de un paisaje bonito, sin más; yo soñaba con cruzar aquella planicie nevada sembrada de bosques y lagos congelados, en mi interior me decía que si fuese un explorador partiría desde aquí mismo hacia el Polo Norte. Sin estrujarnos el cerebro comprendimos enseguida que era necesario hacerse con unos esquís para moverse con cierta libertad por un paisaje níveo. Alquilamos el material, fuimos autodidactas y malamente aprendimos a desenvolvernos. Una, dos, tres y veinte veces nuestros traseros hacían de auténticos frenos ante la sonrisa y mirada indulgente de los expertos esquiadores de fondo finlandeses. El resto de los días María me permitió soñar dejándome a mi antojo por aquella naturaleza. Primero fueron pequeños paseos para terminar realizando pequeñas travesías de no más de treinta km. Por momentos tuve ganas de no mirar hacia atrás y seguir bajo los cielos boreales hasta alcanzar la costa cruzando la Laponia finlandensa. Sabía que donde comenzaba ese mar continuaba el camino hacia la Estrella Polar. Allí donde se inicia la gloria y el sufrimiento de los grandes exploradores polares. Cuando ya tenía el equilibrio y la técnica algo depurada, el viaje finalizaba y yo no fui quien de quedarme o regresar más tarde. Un factor era el económico, otro el laboral y además, como se pondría mi madre. Ella siempre deseó que fuese médico y fuera de eso, hiciese lo que hiciese era el disgusto más grande que le daba en la vida y así uno detrás de otro.

La madre del noruego Roald Amundsen sufría por la inquietud y la curiosidad mostrada por éste desde la infancia, a realizar viajes a lugares exóticos y lejanos. Contrariamente a los deseos de su progenitora de retenerlo a su lado, Roald Amundsen vivió una vida dedicada a la aventura y exploración. Leía afanosamente los relatos de Sir John Franklin, soñando con pasar las mismas privaciones y penalidades que tuvieron que soportar sus hombres, mientras su madre le inculcaba con el afán por retenerlo cerca de ella, que ser médico era una profesión con la muy noble labor de curar a los enfermos. Cuando terminó el bachillerato ya había vivido con entusiasmo la hazaña de Fridtjof Nansen cruzando Groenlandia, y llegaba el momento de elegir carrera. Su madre puso el grito en el cielo cuando Roald le confirmó que sí, estudiaría, pero no siguiendo los deseos de ella, sino la ciencia de la naturaleza. Ante las súplicas y lloros, finalmente consintió matricularse en la Facultad de Medicina acompañándole un pensamiento: "Esta carrera constituye una importante aportación a todo tipo de exploraciones. Siempre hace falta un médico en los equipos. ¿Por qué no puedo ser yo?"

Hanna Henrikke Gustava Sahlquist, procedía de una familia de clase alta que se había casado con Jens Amundsen que, socialmente opuesto, pertenecía a una familia de marinos que se habían metido a constructores de barcos. Cuando Jens heredó los pequeños astilleros los hizo prosperar hasta ganarse una pequeña fortuna, hecho que le permitió relacionarse con gente de clase superior y llegar a casarse con la hija de un prestamista. Vivieron varios años en China. Del país asiático trajeron incómodos recuerdos y allí nacieron sus tres primeros hijos. Roald, el cuarto, nacía en Noruega el 16 de julio de 1872 cuatro años después que el británico Robert Falcon Scott.
JAMES COOK Y EL ANTÁRTICO

No encuentro palabras para describir estas tierras permanentemente cubiertas de hielo. ¿Hay otros mundos más al Sur? No lo creo. Pero sin un día alguien los descubriera, estoy seguro de que no se hallarán habitados ni serán habitables”. La tripulación del Resolution y el Adventure contemplan un iceberg, una isla de hielo – describe James Cook, cuando el 17 de enero de 1773, a una latitud de 66º 36` 30``, el hombre cruza por primera vez el Círculo Antártico. Cook realizó dos viajes más que llevaron por primera vez al hombre a circunnavegar, a altas latitudes, el continente Antártico.



Cuando citamos los extremos de la tierra hablamos de la carrera por su conquista, por los caminos explorados con el intento de unos y otros por alcanzar tan significantes puntos. Hablamos de nombres propios que han dejado momentos gloriosos y trágicos, épicos y heroicos y algunos, deseosos de gloria, terminando como embusteros. Si en el ártico aparecen decenas de historias y un elenco de expedicionarios para su exploración, en su trayecto hacia el extremo boreal tenemos que hablar de una carrera, una verdadera competición en la zona austral. Una competición aleccionadora que demostrará como dos exploradores culminan, de muy distinta manera, un mismo propósito. Un camino hacia el Polo Sur, hacia la exploración antártica que llevará eternamente ligada a la historia de su conquista la vida de otro semejante, de la misma manera que había acontecido con Fridtjof Nansen en el Polo Norte. Hablamos del ya citado Ernest Henry Shackleton.

Robert Falcon Scott nace en Devonport, Plymouth (Inglaterra), el 6 de Junio de 1868, siendo el tercer hijo de John y Hanna Scott. Siguiendo el patrón de todos los exploradores, muestra a temprana edad la inquietud por llevar una vida más emocionante lejos de la cervecería regentada por su padre quien le aconseja, siguiendo la vocación marinera de la familia, ingresar en la Royal Navy. A los catorce años sigue la sugerencia de su progenitor y se enrola como cadete en el buque escuela HMS Britannia, comenzando de esta manera su carrera y pasando por diferentes buques y graduaciones hasta que en 1891 supera los exámenes en el Royal Naval College, lo que supone su ascenso a teniente siendo destinado al HMS Amphion. Al año siguiente consigue el grado de Primer Teniente a bordo del buque insignia del Canal de la Mancha, el HMS Majestic, pero su vida como oficial especialista en torpedos no alimenta su ansia por la aventura.
Paradójicamente, la vida de Scott tal vez sea más recordada por su muerte, porque tratándose de uno de los mejores diaristas, ha llegado a describir el camino que le llevó a ella hasta su último aliento.
Tal y como hemos leído, Amundsen soñaba con pasar las mismas privaciones y sufrimientos transmitidos en los relatos de Sir John Franklin. Scott ansiaba una vida emocionante lejos de una vida tópica. Apsley Cherry-Garrard, miembro de la tripulación del Terranova en la Expedición de Scott al Polo Sur, ha dicho que “la exploración polar es sin duda, la forma más genuina y más aislada de pasarlo mal”.

Scott, sin experiencia como expedicionario, participa al mando de una exploración a la Antártida en 1902, hecho que lo convierte en el referente británico como líder polar hasta que en 1908, otro miembro de aquella expedición, Ernest Shackleton pase a ocupar tan privilegiada distinción después de dirigir su propia expedición Antártica Británica, la denominada Nimrod por el nombre del barco utilizado. Shackleton era un romántico que prefirió no estudiar. Deseoso de grandes vivencias, entre ellas numerosas infidelidades, aprovecha los conocimientos adquiridos y el terreno ya descubierto por Scott para conseguir aproximarse, con un equipo de cuatro hombres y el empleo de cuatro ponis, a tan solo 156 km del Polo Sur, forzado al regreso por la falta de provisiones pero con la hazaña de conquistar el Polo Sur Magnético y llevando a cabo la primera ascensión al monte Erebus.
Ante tal circunstancia, en marzo de 1909, Scott comenta que le corresponde realizar el siguiente intento después de leer en un cartel la hazaña de Shackleton. A Scott le podía la envidia al ver como un oficial de la Marina mercante y miembro de su expedición en el Discovery había superado los records establecidos en aquel viaje. Lo que desconocía Scott es que, un mes después de que se anunciara la conquista del Polo Norte, aparecería un rival secreto cuyo mayor deseo se venía abajo con la noticia de Robert Peary pero que, ante tal acontecimiento, enseguida se dispuso a luchar por otro.


Se dice que las exploraciones se realizaron para expandir el conocimiento del mundo y en la búsqueda de nuevas riquezas, aquellos exploradores viajaron arrastrados por su pasión y la gloria. Hoy en día esos lugares ya descubiertos nos llevan a diferentes contextos: a la búsqueda de las antiguas pasiones, a buscar las nuestras propias o simplemente a un terreno de aventura donde realizar una actividad deportiva. Cuando a esa pasión llega la fatiga y una mala planificación y elección, puede llevarte a tus últimos momentos y ser consciente de ello, como le sucedió a Robert Falcon Scott dejando la más célebre última nota de un diario en uno de los lugares más desolados de la tierra:

Martes, 29 de marzo.- Desde el día 21 hemos sufrido una galerna continua del oeste-suroeste y del suroeste. El día 20 disponíamos de combustible para prepararnos dos tazas de té por persona, y de comida para dos jornadas. Cada día nos mostrábamos dispuestos a salir en busca del almacén, pero el exterior de la tienda es una escena continua de nieve arremolinada por el viento. No creo que podamos esperar una mejoría. Resistiremos hasta el final, pero cada vez nos sentimos más débiles, por supuesto, y el final no puede estar lejos.
Parece una lástima, pero no creo que pueda escribir más.
R. Scott.
Por Dios, cuiden de nuestra gente.



MOMENTOS "PÍNDICOS"
Mis ojos se han abierto por completo, un bostezo y uno ya se siente despierto, casi espabilado. Fue un tópico decir que no había pegado ojo en la primera conversación que entablamos de la mañana, explicar que me he pasado gran parte de la noche fuera observando sus fantasmas, sus sombras y sus luces; sintiendo casi el mismo calor que habíamos soportado la tarde anterior y que cuando volví a entrar en la tienda no faltaba mucho para que amaneciese. Desayunamos a base de bizcochos y un par de piezas de fruta. Los arneses volvieron a adaptarse a nuestra cintura y los hierros volvieron a tintinear en nuestro corto pero incómodo camino hacia la pared.
Mientras retomábamos los primeros metros de escalada me llevaba a los que estaban a punto de entrar en este largo y extraño sueño, veía ese Finisterre y a lo lejos, navegando en las atlánticas aguas, me parecía distinguir un barco, el Fram, cuando Roald Amundsen qué, abandonando su sueño en el Polo Norte ya conquistado, daba la orden de dirigir su nave hacia la Antartida, algo que sus propios conciudadanos y su tripulación desconocían. Era el mes de agosto cuando sucedía este hecho transcendental, así que la coincidencia del mes con el lugar donde estoy y la imaginación de ver al Fram navegando en frente a esta costa, aunque fuese a muchas millas de distancia, resultó agradable. Ni el mismo Scott sabía de estos planes cuando ya había salido de Inglaterra en la creencia de dirigirse hacia el Polo Sur sin ningún rival a excepción de la climatología.


TELEGRAMA DE AMUNDSEN



"Le informo de que el Fram se dirige hacia la Antartida. Amundsen" – comunicó.

Ahí se iniciaba la carrera, con distintas planificaciones y distintas moralidades, una cautivadora y trágica carrera que sigue despertando gran interés. Para Amundsen solo tenía cabida el llegar primero, sobre todo después de haber perdido su sueño, por lo que su estrategia iba enfocada a la única ambición de conquistar el Polo Sur. Una conquista qué, lógica y obligatoriamente, sí llevaba ligada la exploración de un trayecto por el que jamás nadie había caminado pero sobre el que no se detendría a tomar demasiados datos geográficos ni realizar ningún tipo de experimentos. Todo lo contrario a lo que había realizado en la expedición que zarpó en 1903 del fiordo de Oslo, en la búsqueda del ya conocido Paso del Noroeste pero que nadie había logrado recorrerlo en toda su longitud. Amundsen lo consiguió a bordo de un robusto barco, el Gjoa y sus seis tripulantes. En su periplo recogieron material etnográfico de los pueblos esquimales que habitaban las zonas por donde pasaron y sobre todo abundantes datos científicos donde los más importantes fueron los referentes al magnetismo de la tierra y a la localización exacta del Polo Norte Magnético.

El 19 de octubre de 1911 Roal Amundsen abandonaba su campo base en la Bahía de las Ballenas, 96 km más cerca del Polo Sur del que había establecido Scott en McMurdo Sound. Desde allí partió con cuatro expertos esquiadores, cuatro trineos y 58 perros, cuya utilización, tanto para el tiro como alimento, sería fundamental para culminar con éxito su objetivo. Para Scott, estaría en el esfuerzo humano la grandeza de una hazaña, mostrándose reacio al sufrimiento de los animales además de no confiar en ellos como principales medios de carga.
En mi opinión, ningún viaje realizado con perros puede alcanzar el valor de otro, obra de hombres exclusivamente, venciendo por sí solos todas las dificultades inherentes a su empresa, a lo largo de días y semanas de penosos esfuerzos. En este caso el triunfo se alcanza de una manera más digna y elevada.”…
Scott no pensaba en una carrera, en varias ocasiones hace hincapié en que la expedición es científica y el hecho de que recopile muchos datos geográficos y físicos así lo atestiguan. Amundsen señaló con diplomacia en su obra The South Pole, publicada a finales de 1912, la diferencia entre las dos expediciones:
La expedición británica fue planificada por completo de cara a la investigación científica. El polo constituía sólo un tema secundario, mientras que en mi amplio plan era el objetivo principal”.
EL POLO SUR
Roald Amundsen alcanzó el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911, pidió a sus compañeros que agarrasen el asta de la bandera noruega y que entre todos la clavasen sobre el eje inferior de la tierra.
Bandera querida, emblema de la patria venerada, nosotros te plantamos en el Polo Sur de la tierra y a esta región que nos rodea la llamamos Plataforma del Rey Haakon VII, en honor de nuestro respetado soberano”.

Amundsen necesitaba tener la certeza de estar pisando el mismo Polo Sur para lo que en las veintisiete horas siguientes realizó varias mediciones que lo confirmasen, aun así receloso, el equipo pisoteó la nieve en un radio de ocho kilómetros puesto que los geógrafos entendían que quien se aproximase en un radio de diez kilómetros había alcanzado el Polo exacto.
Sobre el mismo Polo estableció su campamento. Allí dejó una tienda y una nota que Scott leería veintiún días más tarde.
Querido Capitán Scott:
Como usted es probablemente el primero en alcanzar esta área después de nosotros, le pediría amablemente expedir esta carta al Rey Haakon VII. Si usted quiere usar cualquiera de los artículos abandonados en la tienda, no deje de hacerlo. El trineo dejado fuera puede ser empleado por usted.
Con cordiales saludos, le deseo una vuelta segura. Roal Amundsen
.”

Henry Bowers percibió ese trineo el 10 de enero ya muy próximos al Polo y cuando llegaron a él vieron las huellas de los perros. Scott comprobó que los noruegos se les habían adelantado.
…”Todos los sueños se han esfumado, será un triste regreso”. Del Polo Sur escribió: “Un lugar terrible”.
Además de esa aflicción al no haber llegado los primeros, la vuelta segura que Amundsen les deseó fue todo un infierno. Edgar Evans fue el primero en caer, era un hombre fuerte, musculoso pero que arrastraba heridas y sufría congelaciones y con la aparición del escorbuto su deterioro se agudizó hasta la muerte. Para Scott, Evans no servía para soportar el asedio mental al que te somete el polo además de una antipatía hacía él, tachándolo de incordio, estúpido y muy torpe tal y como reflejó en su diario original. La antítesis la encontró Scott con Titus Oates en la valentía de su acción evitando ser una carga para sus compañeros y así lo relató:

"16 de marzo, viernes o sábado 17. No sabemos la fecha, pero creo que la última es la correcta. Tragedia en las filas. A la hora del almuerzo, anteayer, Titus Oates dijo que no podía continuar, propuso que le dejáramos en su saco de dormir. Pero no podíamos hacerle eso, así que le insistimos para que continuara por la tarde. Pese a resultarle duro, lo intentó y recorrimos varios kilómetros. Tiene un alma valiente. Durmió toda la noche con la esperanza de no despertar, pero, por la mañana, despertó. Quizá algún día encuentren estos papeles y quiero anotar lo ocurrido. Los últimos pensamientos de Oates fueron para su madre, aunque inmediatamente antes se enorgulleció al pensar que su regimiento se complacería al saber la forma honorable en la que había encontrado la muerte. Podemos testificar su valentía. Ha sufrido durante varias semanas un intenso dolor sin queja alguna, e incluso, hasta el final, fue capaz y tuvo la fortaleza de conversar sobre otros temas. Tenía un espíritu valiente. Éste fue el final. Se durmió esperando no despertar, pero por la mañana – ayer –, se despertó. Soplaba una fuerte ventisca. Entonces Oates dijo: “Voy a salir fuera y puede que me demore algo en volver”. Sabíamos que Oates se encaminaba hacia la muerte, pero, aunque tratamos de disuadirle, sabíamos que era la acción de un hombre valiente y de un caballero inglés.”

Antes de morir Robert Scott escribió varias cartas, además de su última anotación, entre otras, la dirigida a la que sería la viuda de Wilson (Edward Adrian Wilson), apodado Uncle Bill, hacia quien tenía un sentimiento profundo de amistad. Cuando sus cuerpos fueron encontrados ocho meses más tarde, Scott tenía el brazo echado sobre Wilson, un gesto que refleja este sentimiento. De él dejó palabras de admiración:
Querida Sra. Wilson. Si le llega esta carta querrá decir que Bill y yo hemos muerto. En realidad no falta demasiado para que eso ocurra y me gustaría que supiera lo espléndido que ha sido su esposo hasta el final: animoso y dispuesto a sacrificarse por los demás; nunca me ha dirigido una palabra de queja por haberles conducido a esta grave situación. Afortunadamente, sólo está sufriendo pequeñas molestias. Sus ojos tienen una amable mirada azul de esperanza y su mente está tranquila, con la satisfacción que le proporciona su fe y que le hace sentirse parte del gran proyecto del Todopoderoso. Sólo puedo reconfortarla diciéndole que su esposo murió como vivió, como un hombre valiente y verdadero, el mejor de los compañeros y el amigo más entrañable. Le acompaño en el sentimiento.
Atentamente, R. Scott
”.

Conocida la tragedia, nacerá en los británicos el sentimiento de que sus hijos de la Patria son los verdaderos héroes del Polo y Scott el actor principal. Mientras, Roald Amundsen en un gesto de respeto, deferencia y humildad, hace su primera y única declaración firmada sobre la catástrofe:
"El capitán Scott dejó un testimonio de honestidad, de sinceridad, de valentía, de todo lo que hace a un hombre tal. ¡Y para mí eso es más importante incluso que haber descubierto el Polo!"
Aparecieron muchas opiniones encontradas, debatiéndose por el valor de unos hombres que hicieron de la tragedia un triunfo, una ovación hacia aquellos exploradores que demostraron que los ingleses pueden soportar las penurias, ayudarse unos a otros y encontrarse con la muerte con una fortaleza mayor que nunca en el pasado. O aquellos, los que viéndose más objetivos, hablaron de un grupo que llevó a cabo una muy desacertada planificación. Gordon Hayes, destacó dos causas principales: deficiencias en la dieta con falta de vitaminas y confiar en los hombres en vez de los perros. De estos animales también se habló mucho, los que criticaban su cruel utilización y los que defendían que fueron una pieza clave para el éxito de esta empresa difícil. Amundsen, jefe del grupo que descubrió el Polo Sur, tuvo que soportar humillaciones como la sucedida en la cena que el presidente de la Royal Geographical Society, lord Curzon, ofreció en su honor, finalizando su discurso proponiendo tres hurras por los perros en un claro intento de mostrarlos como los protagonistas principales de la hazaña y de la crueldad con la que fueron utilizados. Sin embargo, Amundsen tenía un sentimiento hacia los animales que dejó escrito en su diario:
Después de haber prestado tantos servicios, es penosísimo degollar a una bestia que se une al hombre como a su dueño, porque los sufrimientos del largo viaje le hayan debilitado, y es más duro todavía matar a una animal al que nada condena a muerte. El egoísmo del gesto que nos permite vivir produce en nosotros remordimiento; sin embargo, hay necesidad de hacerlo, y la cuchillada que apaga bruscamente la vida de estos animales impone a los hombres un “réquiem” para estos compañeros de fatigas y lucha. Más duro todavía es el hecho de alimentarse de la carne de estas pobres bestias y preparar, para luchar contra el frío, un caldo con la sangre de un perro…”
Amundsen navegó de nuevo hacia el norte para atravesar el Paso del Noroeste. En 1924 vivía arruinado con la sensación que de que ya nada importante le esperaba y que su carrera como explorador había desaparecido por completo sin la gloria que esperaba. “Ni siquiera los meritos parecían avalarme”. Lincoln Ellesworth, un millonario estadounidense, le propuso volar sobre el Polo Norte en dos hidroaviones Dornier. Amundsen se había interesado por la aviación y había sido el primer civil noruego que recibía un certificado de vuelo. Casi lo consiguen. Un fallo en los motores en uno de los aviones los obliga a aterrizar en el hielo a una latitud de 88ºN. Estaban a tan solo 150 km del Polo, pasando allí veinticuatro días de trabajo continuo hasta que consiguieron habilitar una pista de despegue para el avión que les quedaba. Saboreando de nuevo los límites de la muerte con este incidente persiste en su empeño. En 1926 se elevan de nuevo sobre los cielos a bordo de un dirigible, el Norge, capitaneado por el italiano Umberto Nobile, consiguiendo su objetivo de llegar y aterrizar sobre el Polo Norte, convirtiéndose de manera indiscutible y sin polémicas en pisar el eje superior de la tierra, extendiendo su periplo para ser los primeros en cruzar el casquete ártico.
Después de esta expedición, Nobile y Amundsen tuvieron sus diferencias respecto al honor de la aventura vivida. El italiano regresó de nuevo a bordo de otro dirigible, el Italia, para perderse a su regreso. Amundsen formó parte del equipo de rescate, encontrando su muerte en el Mar de Barents, desapareciendo para siempre entre una línea punteada y la que marca el Océano Glacial Ártico. En las latitudes que siempre habían sido su sueño opuestas geográficamente a una conquista que le daría la inmortalidad.