domingo, 12 de diciembre de 2010

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Fram, adelante











A Nansen se le define como un científico por vocación, hombre insaciable en este campo. Sus inquietudes pasaron años más tarde por el estudio de diversas materias: Matemáticas, Astronomía, Oceanografía entre otras; pero fue su especialización en zoología cuando en el verano de 1882, a la edad de veintiún años y con la idea de ganar experiencia en el estudio zoológico, se une a la tripulación del Viking, un buque dedicado a la caza de la foca en aguas de Spitsbergen y Groenlandia. Por las venas escandinavas de Nansen corría el espíritu y el romanticismo de la aventura, hombre inquieto y pertinaz en sus propósitos, enseguida siente la necesidad de revelar sus pretensiones y convertirlas en realidades. Nordenskiöld le inspira con el relato del desembarco en la costa oriental de Groenlandia y su penetración en la capa de hielo, las ideas de exploración del Ártico – quiere cruzar Groenlandia sobre esquís en compañía de cuatro expertos esquiadores – que muchos tacharon de lo más ridículas e incomprensibles; incluso el mismo explorador que se mostraba como fuente de su inspiración, era escéptico ante tales pensamientos. Pero Nansen poseía en sus ojos la mirada de un explorador, esa mirada pasional, humilde y a la vez valiente capaz de afrontar retos.
Individuo polifacético, sensible – se le concedería el premio Nobel de la Paz por la repatriación de refugiados tras la Primera Guerra Mundial – respetado, que disfruta de la compañía de otros semejantes al tiempo que comparte los pensamientos de Ibsen cuando afirma que en el silencio y la soledad de los parajes naturales puede el ser humano encontrarse a sí mismo.
No cejó en su proyecto de cruzar Groenlandia y esa magia que persigue a algunas personas para llegar a los demás, le permite conseguir la financiación necesaria para acometer tal propósito, el mismo Nordenshiöld finalmente sucumbió a la personalidad de Nansen.


El 17 de julio de1888 parten de Noruega y finalizan el proyecto en 1889 salvando el inlandis de Groenlandia no sin, desde luego, haber pasado por diversas vicisitudes. La lentitud de los esquís como medio desplazamiento llevó a la construcción de catamaranes que algo más de un siglo después se confeccionan y utilizan, casi de igual manera artesanal, para cruzar los hielos árticos. En aquellos territorios helados, Nansen se encontró con el hombre que comulga con la naturaleza, se impregnaba de ella y tal vez se sintiese parte de aquel extraordinario paisaje. “Cuando la Luna se elevaba en el cielo, quedando como suspendida sobre las heladas crestas y ondulaciones de la infinita extensión, bañando el extraño mundo que nos rodeaba con sus plateados rayos, entonces la paz descendía sobre todos nosotros y la vida cobraba una inexplicable belleza.”

A la expedición del noruego le siguieron otros exploradores que cruzaron la capa de hielo de Groenlandia, pero de todos ellos el más notable fue el americano Robert E. Peary, que difiere muy por encima de la personalidad y el carácter del explorador noruego y de otros exploradores polares; pero quien realizó esfuerzos importantes que pusieron a prueba su resistencia al tiempo que comprobó la insularidad de aquellos hielos. Estos ejercicios de resistencia eran el entrenamiento de cara a un objetivo más ambicioso: la expedición que lo llevase a alcanzar el Polo Norte.
Mientras Peary exploraba y se ejercitaba en Groenlandia, Nansen, que ya había adquirido fama, quiere dar vida a su plan más atrevido e incierto: alcanzar el punto que marca el Polo Norte geográfico llegando a él a través de la dársena polar, dejándose a la deriva en un barco construido para tal cometido. Una idea que no se presentaba como novedosa, si no que ya había paseado por su cabeza mucho antes de atreverse con su expedición de cruzar Groenlandia y que, una vez más en su vida, volvió a levantar abundantes, controvertidas y polémicas opiniones que rechazaban su proyecto cuando, en 1890, Nansen expuso a los miembros de la Sociedad Geográfica Noruega sus planes argumentados con pruebas que sostenían su teoría. De nada servía luchar contra los hielos, romperlos laboriosamente para llegar hasta ese punto y puso como ejemplos las empresas de Parry, Nares y Markham.
Si nos fijamos bien en las fuerzas naturales, tal como se dan allí, e intentamos movernos de acuerdo con ellas, en lugar de combatirlas, hallaremos el camino más seguro y fácil para alcanzar el Polo. No conduce a nada actuar contra la corriente, como se ha hecho en el curso de las expediciones anteriores…”


Añadía además el ejemplo de cómo restos del buque de De Long, el Jeannette, habían llegado desde Nueva Siberia hasta el extremo de la costa sudoeste de Groenlandia tres años después de su hundimiento. Esta expedición, mandada por el teniente estadounidense George Washington De Long y con el apoyo de James Gordon Bennett, propietario del New York Herald, había sido un fracaso. Zarpó en 1879 de San Francisco siguiendo la hipótesis formulada por Karl Weyprecht y Julius Payer, dos jóvenes científicos austriacos, que a su vez continuaban con la teoría de un científico ingenioso e inagotable geógrafo alemán Petermann en la que exponía que, a causa de una “ramificación” de las cálidas aguas del Gulf Stream al norte del estrecho de Bering era probable que, en esa parte del Ártico oriental, existiese una ruta hacia el norte relativamente libre de hielos. Los dos jóvenes austriacos pertenecientes a la armada de su país, financiados por el acaudalado conde Wilzeck, realizaron un reconocimiento en el verano de 1871 a lo largo de las costas de Nueva Zembla y que les llevó a comprobar que se habían topado con pocos hielos, lo que les animó a regresar al año siguiente a bordo del vapor Tegethoff. Sin embargo, finalmente corrieron la misma suerte que otros exploradores árticos y antárticos, el buque quedó cercado por los hielos y navegando a la deriva con los témpanos hacia el noroeste. Durante la primavera y el verano siguientes intentaron desesperadamente escapar de esa situación abriendo un camino con sierras y taladros sobre una capa de hielo que presentaba un espesor de nueve metros. Pesimistas, observaron en el horizonte para su regocijo, lo que ellos señalaron como “una radiante tierra alpina” y que resultó ser un sitio desolador. Eran las islas Franz Josef Land. Sobre aquel paisaje nuevo permanecieron durante el siguiente invierno, explorando y confeccionando mapas hasta que, finalmente, decidieron abandonar el barco con el que habían llegado hasta allí y poner rumbo a la base de Nueva Zembla, donde fueron rescatados frente a sus costas por un pesquero ruso el 24 de agosto de 1874. Obstinados en su empeño por encontrar un paso sobre tierra firme hacia el Polo, lanzaron la creencia que aquellas islas podrían ser avanzadillas de una gran masa de tierra que podría tratarse de un continente y en medio del cual se encontraría el Polo.
El Jeannette se encontraba muy cerca de la isla Herald, descubierta por el capitán Kellet, viéndose acorralado por los hielos que lo retuvieron durante diecisiete meses y trasladándolo más allá de la isla Wrangel para finalizar su cercamiento un 12 de junio de 1881, estrellándose al norte de las islas de Nueva Siberia.
El papel es una lista de provisiones y está firmado por De Long. Las marcas del pantalón impermeable corresponden a Luis Noros, y sobre la visera se ve grabado con un cuchillo el nombre de Nindermann” – Noros y Nindermann fueron los dos heroicos y malogrados marineros que De Long había enviado en busca de socorro a lo largo del Lena. Estos restos han viajado desde el otro lado del Polo, entonces, el hielo que los ha trasladado ha pasado por la proximidad inmediata al Polo Norte para posarse en las playas groenlandesas después de haber recorrido tres mil millas marinas en tres años”.


Existe una gran corriente, que, partiendo de las costas siberianas, va a parar a la costa occidental de Groenlandia, pasando por el mar polar… No iré, pues, al Polo; haré que lleven allí. Me dejaré conducir por esta corriente de una manera pasiva, inerte. Me dejaré apresar por los hielos, iré con ellos a la deriva, si es necesario, durante años seguidos…”
Ni Adolphus Washington Greeley jefe de la desastrosa expedición americana de 1881-1884 y gran admirador de la técnica británica en el Ártico, ni los miembros de la Royal Geographical Society a los que se enfrentó creían en su proyecto. El mismo almirante sir George Nares expuso que las probabilidades de éxito eran mínimas y otros, como el almirante sir George Richards, declinaban apoyar lo que calificó como “expediciones náuticas de aficionados”. Nansen solo recibía críticas y rechazos, incluso en Noruega, a cerca de su proyecto, a excepción de las opiniones favorables del capitán Wiggins y del almirante sir Leopold McClintock, que llegó a calificar a Nansen como “un auténtico vikingo”. Lejos de amilanarse se sintió estimulado y finalmente recibió la ayuda necesitada.

Dejarse apresar por los hielos, abandonarse a la deriva y ser transportado hasta las proximidades o el mismo Polo Norte. Para ello necesitaba un buque excepcional. El ingeniero escocés Colin Archer construyó un barco extraño y no muy agraciado, redondeado, con tres cubiertas reforzadas, con la proa y popa remachadas en hierro. Las paredes exteriores tenían un grosor de ochenta centímetros y su resistencia estaba garantizada por un conjunto de baos y cabestrillos encargados de hacer frente a las duras presiones que tendría que resistir. Las paredes interiores estaban fabricadas como si se tratase de una chapa construida por cierta capa de fieltro, un colchón de corcho, un panel de abeto, una segunda capa de fieltro; luego linóleo y un segundo panel de madera. Un navío capaz de resistir los apretujones de los hielos durante los años que los bancos de hielo lo aprisionarían. Que Fram sea tu nombre. Fram, que significa ¡adelante!



El 24 de julio de 1893 embarcaban los trece miembros de la expedición hacia el Ártico, capitaneado por Otto Sverdrup que ya había acompañado a Nansen en el cruce de Groenlandia. Noruega, la costa de Laponia, Europa se deja atrás y el Fram ya costea el continente asiático, el Fram navega libre hasta mediados de septiembre que tropieza con los primeros hielos y definitivamente, el día 24, queda atrapado al norte de las islas de Nueva Siberia. La primera parte del viaje había finalizado. Se levanta el timón y se desmonta y engrasa la máquina para guardarla. Todos sabían de su destino, del tiempo estimado que pasarían sobre aquel mar cuajado, el instante en que el buque deja de navegar a la voluntad de su capitán y vivir aislados y a merced de los caprichos de una naturaleza movible.
Les esperaban tal vez dos, tres años, ese fue el tiempo que tardaron los restos del Jeannette. El hielo no era un enemigo en sí, fue su medio de transporte. El Fram a pesar de que en ocasiones realizaba desconcertantes maniobras debidas a un azar caprichoso, continuaba con más o menos exactitud hacia el norte siguiendo los derroteros por donde se había movido el Jeannette llevado por las corrientes. El enemigo que se presentaba era la monotonía y se hacía necesario combatirla. Contaban con una biblioteca de seiscientos libros y se estableció una rutina a bordo: a las ocho, aseo y desayuno, sondeos y mediciones de temperatura del mar a distintas profundidades; a la una comida; en las habitaciones está prohibido fumar así que se reúnen en la cocina para fumar en pipa o cigarrillos; siesta y trabajo hasta las seis de la tarde; juegos de naipes y veladas amenizadas por un acordeón.
No obstante, el aislamiento va haciendo mella en los miembros de la expedición a medida que pasa el tiempo y los cambios de humor aparecen entre la tripulación. El mismo Nansen cae en esos síntomas pero es el espectáculo de la naturaleza quien, en ocasiones, le devuelve la ilusión – …"Cuando he salido a cubierta esta tarde, mi estado de ánimo era bastante sombrío, pero nada más plantar los pies en el exterior me he quedado clavado en el sitio. Ahí está, para ti, lo sobrenatural, la aurora boreal de incomparable poder y belleza, en el cielo, desplegando todos los colores del arco iris"… – escribe el martes, 28 de noviembre de 1893, a bordo del Fram. "Mi ánimo oscila como un péndulo…" – dos días después.


La monotonía, la lentitud del hielo en su deriva, hacen que un hombre activo pida una salida para sus energías, dolorosamente contenidas – escribe –; desee retarse hasta con temporales si es necesario para romper tanta quietud al tiempo que siempre tiene presente el peligro al que se enfrentan: “Somos como enanos en una lucha contra titanes y debemos conservarnos con destreza e ingenio si queremos escapar de este puño gigante que rara vez suelta lo que ha atrapado”.
Han pasado dos años y la idea de los hielos que los retienen a su voluntad, no los llevarán al Polo se consolida. En aquel momento el explorador noruego madura una idea que materializará en la primavera de 1895. Hizo sus cálculos, tenía la experiencia de haber cruzado Groenlandia y toma una decisión muy audaz. Si aquellos que tildaban de ridícula e incomprensible la empresa de cruzar el inlandis sobre esquís, y aquellos que calificaban de “expediciones náuticas de aficionados” cuando presentó el proyecto con el Fram, ¿que pensarían ahora si supiesen las intenciones de Nansen? ¿Llegar hasta el mismo punto que marca el Polo Norte utilizando trineos tirados por perros, kayaks y víveres para cien días? Expuso su idea a los miembros de la expedición y decidió que lo acompañaría Hjalmar Johansen. El capitán Otto Sverdrup estaría encantado de acompañarles, soñaba igual que Nansen, igual que todos, pisar el extremo más septentrional del eje de la Tierra.

Para Sverdrup, Nansen había encargado una labor muy importante, más que cualquier hazaña:
…“Tu deber es llevar de vuelta a casa, del modo más seguro posible, a todos los hombres a tu cargo, no exponerlos a peligros innecesarios, ni en beneficio del barco ni de su contenido, ni del éxito de la expedición”. Y fue algo que desempeñó de manera extraordinaria, lo mismo que años más tarde haría otro explorador polar citado al principio, Ernest Sackleton.
Nansen aguardaba por el día adecuado y el 14 de marzo de 1895 consideró que había llegado el momento de abandonar el cómodo refugio que les ofrecía el Fram. Los primeros días se movieron por una superficie que les permitía avanzar rápidamente y con seguridad, sin apenas resaltes, pero resultó ser engañoso para lo que se les venía encima. La realidad de moverse hacia el Polo era bien distinta, el banco de hielo aparece como un laberinto, erizado de montículos y bordeados de aristas cortantes. Hay que superar los resaltes con los trineos, los kayaks; los perros se detienen delante de los promontorios y se hace necesario movilizarlos a gritos y a golpes de látigo. Era algo horrible para ellos pero necesario tal y como ha reflejado Nansen.
Todavía tiemblo pensando en la manera salvaje cómo les pegábamos, cuando se detenían incapaces de avanzar”.


El trabajo es agotador, llegando a la extenuación. Los hielos cortantes desgarran las pieles de los kayaks y los hacen inservibles cuando en su camino aparecen grietas que abren canales de agua. El frío es intenso, las ropas se hielan hasta semejar armaduras que les producen heridas. El cansancio hace mella en sus cuerpos, durante la noche los dos hombres se echan uno junto al otro hasta que después de unas horas, consiguen entrar en calor y caen rendidos en un profundo sueño.
Lo único que ven en el horizonte subidos a los resaltes más altos, es un paisaje monótono, idéntico, interminable y eso les desmoraliza. Nansen es consciente que les resultará imposible alcanzar su objetivo. Veintitrés días después toman la decisión de retroceder, era el 7 de abril de 1895, habían alcanzado un punto más alejado hacia el Norte que ningún otro ser humano, 86º 14`.
El 8 de abril inician el viaje de regreso y tienen como destino la tierra más próxima, Franz Josef Land. Retoman la vuelta por el mismo paisaje y las mismas dificultades, enormes grietas que forman verdaderos lagos viéndose obligados a rodearlos perdiendo días enteros. Deciden reparar sus kayaks para lo que también pierden un tiempo apremiante. Pasan los meses, los víveres comienzan a escasear peligrosamente, se sacrifican los perros que también pasan sus penurias y que les servirán como alimento. Algo doloroso para los expedicionarios pero inevitable si piensan en su salvación. En el final de su trayecto tan solo un perro los acompaña. De aquellos cánidos fieles, disciplinados sufridores, Nansen escribe:
…“Fue una crueldad hacia los pobres animales y es algo que a menudo recuerdo con horror. Cuando pienso en aquellos perros espléndidos, que tiraban de nosotros sin la más mínima queja, que nunca recibían una palabra de agradecimiento o un gesto amable, avanzando al chasquido de los látigos hasta que llegaba un momento en no podían más y la muerte los liberaba de sus dolores, vivo momentos de amargos reproches”…
El suelo hostil y helado se trunca, aparece el mar y a lo lejos se dibujan siluetas negras. El marinero Rodrigo de Triana siglos atrás había estampado su grito desde la cofa de la Pinta sobre un panorama cálido; el grito de ¡Tierra, tierra! se escuchaba ahora en un paisaje hostil.
Aquella tierra sin embargo los hacía prisioneros nuevamente, disponían de dos kayaks remendados y que se hacían inservibles para recorrer ciento sesenta millas que los separaban de un lugar generoso donde se desarrollaba la vida que ellos fantaseaban en ocasiones.
…“cuando queríamos pasar una hora entretenida, nos dedicábamos a imaginar un comercio limpio, grande, bien iluminado, de cuyas paredes no colgaba más que ropa limpia, nueva, suave, que nosotros escogeríamos a nuestro antojo. ¿Podía alguien imaginarse algo más delicioso que las camisas, las chaquetas, los calzones, los mullidos pantalones de lana, los cómodos suéteres de abrigo, las medias de lana limpias, las zapatillas de fieltro? ¡Y un baño turco! Nos quedábamos así durante horas dentro de los sacos de dormir y hablábamos de estas cosas. Nos parecían casi inimaginables”…


El hueco”, ese fue el nombre que le concedieron a un agujero de piedras donde pasaron el invierno de 1895 a 1896. El miércoles, 1 de enero de 1896, a -41,5ºC, en la larga noche polar, Nansen se vio a sí mismo entre un deseo y una realidad:
“Empieza un nuevo año, el año de la dicha y el regreso a casa. El año 1895 terminó con la luna brillando en el cielo, y con la luna brillando en el cielo nace 1896. Pero el frío es intenso, más intenso que nunca hasta ahora. Ayer también lo sentí, cuando las puntas de mis dedos se congelaron. Creía que todo eso ya lo había vivido la primavera pasada”…
En mayo de 1896, Nansen y Johansen afrontan de nuevo una marcha huyendo del norte y buscando el sur. Pero todavía les esperaban infortunios, encuentros con osos, morsas que atacaron sus kayaks; siguen caminando sobre un suelo inestable, el hielo se rompe y a punto estuvo Nansen de ahogarse.

En 1871 se produjo un encuentro entre dos personas. Uno de esos encuentros tan trascendentales que una frase, un diálogo, deja inmortalizado para los anales de la historia de la exploración tan ilustres momentos. Uno de los más citados había transcurrido en un paraje prístino, caluroso, entre los fríos ejes de la tierra. Henry Morton Stanley había recibido el encargo de buscar en el continente africano a un individuo, a una persona más bien parecida a un misionero, cuyo trabajo era llevar el cristianismo a los ignorantes y que acabó siendo un obstinado explorador, David Livingstone. La encomienda venía de James Gordon Bennet, el propietario del New York Herald, el mismo que en 1879 apoyó el viaje del Jeannette capitaneado por De Long. Su empeño en saber el paradero de aquel hombre quedó manifiesto en la orden dictada a Stanley: “Te diré lo que vas a hacer. Saca mil libras ahora y, cuando se hayan acabado, saca otras mil, y cuando las hayas gastado, saca mil más, y cuando se hayan terminado, saca mil otra vez y así sucesivamente pero ¡encuentra a Livingstone!”.

- ¿El doctor Livingstone, supongo?
Stanley fue un efectivo explorador del continente africano pero un hombre despiadado, maltratador, agresivo y duro, brutal con los africanos (cientos de ellos murieron en su expedición al Congo). Pertenece a esa saga de exploradores que, anteriores o posteriores a él, pese a su contribución a los descubrimientos, por su comportamiento ante sus semejantes lega un sabor agridulce. Personas con un carácter que nos aleja, ensombrece ese romanticismo que nos transmiten otras expediciones y otros prójimos.
Livingstone a pesar de que sus sirvientes le tuvieron gran estima, fue un hombre empeñado en ampliar los horizontes geográficos, una obstinación que le ofuscó de tal manera hasta mostrarse indiferente ante las necesidades de los demás y no existiese otra misión que la de continuar.

Solos en la inmensidad helada, quizás ya por el tiempo transcurrido, las situaciones vividas y conscientes de la realidad presente, se sienten vagabundos. Nansen es un hombre que, hasta en la adversidad, admira el espectáculo de la naturaleza, y cargado de sentimientos nos devuelve ese romanticismo y esa personalidad encomiable como tantos otros exploradores, buscadores o viajeros han transmitido. Nansen, como jefe de lo que queda como expedición y Johansen como miembro de ella, pero sobre todo el primero, van a conceder a la historia de la exploración otro de esos encuentros como el citado; sin duda, junto con el de Sackleton años más tarde en la isla de San Pedro, de los más dramáticos.
Los hombres, en medio de la nada están un tanto distanciados, Nansen oye un ladrido que le resulta imposible, quimérico, pero vuelve a oírlo. Busca su ubicación y distingue una figura humana. Nansen realiza un saludo con lo más parecido a un gorro que le protege la cabeza del frío y el hombre le corresponde con el mismo gesto. La escena es contemplada desde el campamento a través de un telescopio por Frederick Jackson, un teniente británico jefe de una expedición respaldada por Alfred Harmsword, que continuaba la creencia de Weyprecht y De Long de que en Franz Josef Land podría iniciarse una ruta terrestre hacia el Polo. Este instante requiere la atención del inglés por lo que decidió salir al encuentro de aquel extraño, probablemente un cazador de focas.
Cuando se situaron uno frente al otro, el noruego era un hombre castigado por el tiempo y el clima ártico, harapiento. Frederick Jackson un inglés vestido elegantemente y un olor a perfume que Nansen percibió enseguida.
- Estoy muy contento de verle – dice Jackson muy cortésmente.
- Gracias – contesta Nansen.
- ¿Tiene usted algún navío por aquí? – pregunta el británico posiblemente oteando a uno y otro lado sin percibir ningún buque.
- No, mi barco no está aquí – responde sencillamente el noruego.
- ¿Cuántos hombres son? – continua preguntando Jackson.
- Tan solo tengo un compañero, al otro extremo del hielo.
El británico se detiene y observa un rostro desfigurado por el sufrimiento, un hombre cubierto de grasa y suciedad, oculto bajo una melena y una barba enredada. Entonces Frederick Jackson comprendió con quien estaba hablando:
- ¿Es usted Nansen?
- Si, soy Nansen.
- ¡Por Dios! – exclamó Jackson.
Con este encuentro, Fridtjod Nansen y Hjalmar Johansen, salvaban sus vidas, es posible que por sus mentes rondase la idea que un lugar tan difícil solo podría ser considerado como el fin de la Tierra, firmaban una de las historias más apasionantes de la exploración polar del siglo XIX. Tras escuchar a Nansen en los detalles de su aventura hacia el Polo, explicando que solo había encontrado mar, un mar helado; Jackson desistió de sus intenciones.
La suerte del Fram no fue peor. Después de una larga deriva de tres años, alcanzó el mar libre al noroeste de Spitsbergen. El buque no había sufrido el más mínimo daño y sin ninguna baja entre su tripulación, vieron las costas de Noruega algunos días después de la llegada de Nansen. Se acallaban voces que años atrás calificaron la empresa de ilógica y tendente a la destrucción.

Si un explorador como Henry Morton Stanley había ayudado al rey Leopoldo I de Bélgica a crear el infame Estado Libre del Congo – Joseph Conrad describe esos horrores en su obra “El corazón de las tinieblas” –, Fridtjof Nansen, además de sus aportaciones científicas realizadas en las latitudes más altas, culminaba su vida con el premio Nobel de la Paz, la recompensa a una vida – escribe Lawrence P. Kirwan en su obra “Historia de las exploraciones polares” – de incesante dedicación a la causa de la cultura humana, de la libertad, de la felicidad al prójimo.
Al noble barco Fram, y a su capitán Severdrup, todavía les quedaba aportar algo más para la historia de la conquista polar. Nansen vio como en pocos años las metas de sus sueños eran alcanzadas.



Nombres propios que habían explorado y abierto esos nuevos caminos, rutas horizontales trazadas por los ya citados y tantos otros. Nombres propios que participaron en lo que en el siglo XIX se llamó “lucha para alcanzar los últimos confines geográficos de la Tierra”. Y también estaban en esos límites las difíciles sendas verticales que dejaron a hombres en vertiginosas cimas: Paccard y Balmat en el Mont Blanc, Whymper y su grupo en el Cervino; Meyer y Purtscheller en el Kilimanjaro, Graham, Fyfe y el joven de 17 años, Clark en el Monte Cook; Zubriggen en solitario al Aconcagua y en 1899 el Monte Kenya con McKinder y Hausberg. Mujeres como Henriette D`Angeville, que por encima de multitud de prejuicios y desafiando a las leyes de sus tiempos y sociedades, dieron los primeros pasos hacia la aventura y los viajes en un mundo de hombres.


Las exploraciones de Nansen fueron seguidas desde la niñez y con verdadero entusiasmo, por un compatriota suyo para quien la historia reservará un destino, Roald Amundsen. Fridjoft Nansen murió en el verano de 1930.

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